"La nueva elite empresarial tuvo cambios culturales importantes. Estos
la acercaron al modelo cultural que imponía la burguesía europea y la alejaron
del tradicional modelo aristocrático de herencia española. Los nuevos hombres
ricos del país, mineros y comerciantes, y las antiguas fortunas de
terratenientes, sintieron por igual la influencia y encanto del modo de ser
burgués que comenzaba a imponerse en Europa, como resultado del auge del
capitalismo. El viejo mundo significaba para estos grupos sociales, según
Sergio Villalobos: el progreso, la ciencia, el arte, el buen gusto y el tono de
los altos círculos sociales y no haberlo entendido así habría sido mantenerse
en un ambiente local chato, grosero, atrasado y carente de prestigio.
El
desarrollo de la ciencia y del pensamiento, el progreso económico y el espíritu
liberal, eran parte de un cosmopolitismo que embargaba a todas las burguesías.
Por eso la visita al viejo mundo, la contratación de sus intelectuales y técnicos, y la
suscripción la Revue Deux Mondes, era más que una postura vanidosa y de moda.
Era situarse en los puntos más elevados del momento histórico o, mejor, de toda
la historia [...].
Todo eso y muchas otras cosas eran la gran creación de la
burguesía, de suerte que los hombres nuevos de Chile y detrás de ellos los
aristócratas tenían que sentir su influjo. La dependencia de Europa en todo
orden de cosas no era vista en forma conflictiva, sino como una relación
dignificante en la que había que participar plenamente.
Otro ámbito de
sociabilidad y mentalidad de la emergente burguesía fue la filantropía. Los
magnates del país ayudaban con generosos donativos, y muchos de ellos tomaron
la dirección de establecimientos de caridad, invirtiendo su tiempo y su dinero
en tan noble tarea; otros preferían dejar en sus testamentos a una u otra
institución, importantes sumas de dinero para su sostenimiento. Un último
ámbito de desempeño público del empresariado fue su participación política. En los comienzos de la República, los que
actuaban en la política eran los aristócratas de vieja raigambre y los
personajes ligados a ellos.
De esta forma, se había formado una elite que había
logrado consolidarse como clase y conformar un patrimonio que, administrado prudentemente,
permitía a las familias y sus descendientes mantener su alto nivel de vida. Sus
intereses derivan hacia la política, la cultura y las artes, dejando en manos del
sector empresarial extranjero los sectores claves de la economía nacional,
derivando ellos hacia la agricultura, la especulación financiera e
inmobiliaria."
69. Villalobos, Origen, cit., p. 78.
Las condiciones
de vida de los trabajadores mineros de Lota y Coronel durante el siglo XIX eran
poco menos que inhumanas: hacinamiento y falta de viviendas adecuadas,
condiciones de trabajo inseguras y con alta incidencia de accidentes laborales,
pésimas condiciones de higiene y alta mortalidad derivada de la silicosis,
producto del polvo que respiraban los mineros. Todo ello, unido al arbitrario
sistema de pago en fichas que eran cambiadas en las pulperías de la Compañía
por alimentos y productos de consumo básico, hicieron que tempranamente los
mineros se organizaran exigiendo mejores salarios y mínimas condiciones de
trabajo a los empresarios del carbón.
"La clase obrera
habría adquirido su condición de tal por el hecho de insertarse dentro de ramas
productivas asociadas al capitalismo de fines del siglo XIX: la minería, el
transporte, las obras públicas. El otro elemento que definió la identidad
obrera fue su condición de “clase explotada”, condición que habría afectado a
todos los asalariados por igual. Ante la explotación los trabajadores se
rebelaron. Al principio, se trató de rebeliones espontáneas que carecieron de
programa y organización, pero después de 1879 y gracias al aumento cuantitativo
del proletariado, a la experiencia organizativa de las mutuales y el influjo
“concientizado” de las ideologías y partidos que animaban la lucha proletaria
en el viejo mundo, los obreros tomaron conciencia de sí, transformándose en una
clase organizada y revolucionaria."
Julio Pinto y otros, Historia contemporánea de Chile II. Actores,
identidad y movimiento.
Ediciones LOM,
Santiago, 1999
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